Desde hace unos días los agricultores se están manifestando por toda España para intentar luchar contra un sistema establecido que les obliga a vender sus productos a pérdidas, llevando a las empresas agrícolas y ganaderas a una situación difícil de superar si no hay algún cambio.
Se piden una serie de requisitos para el producto europeo que, según reclaman, no se exigen en países extracomunitarios, lo que los deja muy alejados de la senda de la competitividad. No es lógico que sea más ventajoso ser agricultor de un tercer país que serlo de uno de la Unión: "Aquí te marean y te imponen los precios. Esto se ha convertido en una dictadura".
Por eso, mientras que el gobierno central se afana por encontrar el modo de retorcer las leyes para amnistiar a prófugos y terroristas, los agricultores tratan de revelarse ante un régimen que disuelve a tiros con pelotas de goma y con botes de humo sus protestas, mientras se les acusa de ser dirigidos por grupos de ultraderecha con la intención de desprestigiarlos.
Algo que parece muy alejado de la realidad cuando te das cuenta de que son personas que llevan toda su vida trabajando para ver ahora como unos pocos incompetentes arruinan sus empresas desde los despachos: "¡Que nos dejen producir! ¡Que nos quiten tantas trabas burocráticas y tanta norma de Europa puesta por gente de oficina que no tiene ni idea de campo!".
Pero hay mucho más detrás de una movilización de este tipo, un cúmulo de tareas nunca realizadas como la inexistente política hidráulica que permite que se viertan millones de metros cúbicos de agua al mar en algunas cuencas mientras que existe una necesidad extrema en otros lugares; o la excesiva presión administrativa que pretende convertir en administrativos, con el cuaderno digital, a personas que de lo que entienden es de campo.
Algo huele a podrido en Europa si no somos capaces de velar por los intereses de los que cultivan lo que tenemos que comer.
La prioridad política ahora, y lo estamos viviendo en Cartaojal, es acabar con la crisis energética a base de destrozar el entorno de pequeñas poblaciones rurales cuyo grito desaparece amortiguado por los paneles de los macroproyectos fotovoltaicos que las rodean.
No podemos acabar con un problema creando otro. No podemos pretender salir de esa crisis energética fomentando unas políticas que nos lleven a una crisis alimentaria. No podemos ser cómplices de quienes pretenden acabar con la industria agrícola haciéndonos dependientes de otros países y perdiendo de ese modo el control en un sector tan importante y estratégico como lo es el de la agricultura, que nos permite la autosuficiencia alimentaria.
Debemos tener claro que si el campo se muere, acabaremos muriendo todos.
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La huelga de los agricultores es un llamado por condiciones justas. Su lucha resuena en la importancia de valorar el trabajo agrícola. Apoyemos su causa por equidad y dignidad en un sector vital para todos.